No me acuerdo de cuándo aprendí a caminar, ni a comer con cubiertos, ni a beber en un vaso, ni a leer, ni a escribir (bueno, de esto último todavía estoy en ello), pero sí he observado ese proceso en mis sobrinos. Poco a poco tienen que depurar la técnica en cada una de esas actividades en un proceso de mejora continua que ya quisieran para sí los Departamentos de Calidad de muchas empresas. Por poner un ejemplo, en la ingesta de alimentos al principio cogen la cuchara como si fuera un juguete, con lo que la papilla sale disparada hacia los lugares más insospechados, tal como avalan las manchas que adornan las paredes y muebles de muchos hogares; luego intentan introducirla en la boca, con más o menos fortuna porque el puré siempre acaba embadurnando la cara de los retoños hasta convertirlos en un graffiti viviente; a continuación, deben aprender a calcular la fuerza de su brazo para que el impacto de la cuchara en el plato no parezca un bombazo, con los consiguientes efectos colaterales de ver la vianda derramada por el suelo; y además, deben de mantener el equilibrio durante el interminable viaje de la cuchara desde el plato a la boca, donde pueden ocurrir más incidentes que a una diligencia en el Salvaje Oeste.
Pues bien, estos días me he acordado de esa tierna generación durante la inmersión en el manejo de las redes sociales, eso que los que se quieren hacer los interesantes llaman Social Media. Una vez convencido del potencial de este fascinante mundo -sarampión que pasé con la lectura del libro Todo va a cambiar, y es que yo las cosas las creo no cuando las veo, sino cuando las leo-, inicié paulatinamente el aprendizaje en la web 2.0. Primero, un blog -éste que usted lee- en el que se interactúa con los internautas a través de los comentarios; luego las redes sociales, primero con perfil en Facebook -me aburre, aunque sea el más extendido en el mundo-; Linkedin -para conexión entre profesionales, no confundir con otro tipo de contactos-; Twitter -me encanta, pues es el más periodístico que existe al limitar el mensaje a 140 caracteres (menos es más, según el minimalismo)-; y Pinterest -¿para qué carajo sirve?, pero mi asesor tecnológico me dice que está de moda al ser el que más crece en los últimos meses-; y dejo para más adelante otros como Google+.
Ya sé que todavía hay personas reacias a utilizar esas herramientas por mucho que escuchen a los apóstoles de las redes sociales; pero ese debate, que ahora nos parece muy moderno, es una reedición de aquél que ya analizó Umberto Eco en Apocalípticos e Integrados sobre la implantación de la cultura de masas. Sobra decir que, con el paso del tiempo, las tesis pesimistas fueron barridas de la faz de la tierra de una manera ¿como diría, apocalíptica?
Vida on line y off line
Convencido de la importancia de la Web 2.0, ahora el escollo es otro, porque mucho hablar de conciliar vida laboral y familiar, pero ¿cómo concilio la vida on line con la off line? El tema no es baladí y requiere una profunda reflexión. Al final, he encontrado una respuesta basada en el proceso de aprendizaje de mis sobrinos. Para ellos, y también podemos confesar que para todos nosotros, lo más fácil es alimentarse con un biberón: no te manchas, no tienes que masticar y te puedes alimentar de una forma más rápida, nutritiva y equilibrada (adiós a mojar el pan en las salsas). Pero no, llegada a cierta edad los niños tienen que comer con cubiertos en un proceso lento y engorroso al principio, hasta que llegan a manejar con destreza primero la cuchara y luego tenedor y cuchillo, de forma que esos hostiles instrumentos pasan a formar parte de sus vidas. Y así nos debe de pasar a nosotros, los emigrantes digitales, que debemos de incorporar a nuestros hábitos las redes sociales de una forma natural, hasta que se difumine la frontera entre el mundo off line y on line. Los inicios serán duros (recordad los trastazos en los primeros pasos de un bebé) hasta que con el tiempo las redes sociales llegan a formar parte de nuestras actividades vitales. Y alguno se preguntará ¿y de dónde saco tiempo? Pues es muy sencillo, de los minutos basura que gastamos durante el día, que tiene 86.400 segundos.
Otro ciberagnóstico preguntará, ¿qué aporta en lo personal? Hombre, pues depende de cada uno, también hay gente feliz viviendo como ermitaños y no les hace falta el contacto con sus congéneres. ¿Y para las empresas? Esta respuesta me obligaría a escribir otro blog que creo gratuito por la numerosa información volcada en Internet. La cuestión, como muy bien escribió Enrique Dans en el citado libro, no es si las redes sociales afectarán a mi empresa, sino cuándo, porque seguro que te llega el momento. Industrias como el cine, la música o los medios de comunicación ya estamos inmersos en la vorágine de Internet, en la que intentamos descubrir el Santo Grial que consiga convertirlo en un negocio rentable.
Quien se quede al margen de las redes sociales no será un bicho raro, ni terminará en prisión, ni será un apestado; sencillamente se perderá un apasionante mundo on line que cada vez converge más con el off line. Además, según pasen los años, sufrirá un auténtico ostracismo vital porque las nuevas generaciones no entenderán su forma de relacionarse y comunicarse si no es utilizando las redes sociales. Eso también me lo demostró mi sobrina Manuela, que con apenas dos años maneja con más destreza las aplicaciones del iPad que los cubiertos, ante el asombro de su abuela -mi madre-, que cuando ve a la criatura manipular la pantalla de la tableta pone la misma cara de pasmo que si viera a E.T. en el salón de su casa.
La verdad Alberto, es que esto de las Redes Sociales comienza a tener un cierto cariz de exclusión o marginación digital que debería preocuparnos.
Recientemente, me he sorprendido a mi mismo tomando conciencia de que ya no me comunico, al menos con la intensidad que antes lo hacía, con personas a las que llamaba por teléfono, enviaba un e.mail, un SMS o concertaba una cita. De repente, no sé nada de ellas, porque se han quedado fuera de mis virtual community. Casi sin darme cuenta, dejaron de formar parte de mi vida y yo de la suya, es como si hubieran dejado de existir. Mal asunto, muy mal asunto.
Tomo conciencia y advierto del peligro de marginación que puede llegar a representar para algunas personas, adoptar una postura de no integración en las Redes Sociales. De igual manera, los integrados corremos el riesgo de resultar excluyentes.
En definitiva, que más allá del mundo on line, hay vida. No perdamos el Norte.
Hola Tomás:
Muy acertada tu observación. También ocurre que a través de las redes sociales te familiarizas con personas que no has visto nunca y que, probablemente, no verás en tu vida, pero que ya forman parte de tu universo ‘on line’. Habrá que estar atentos a la evolución de las relaciones sociales desde la irrupción de la Web 2.0.
Un abrazo.
Es cierto Alberto, una cosa no quita a la otra, de hecho, yo he conocido a gente maravillosa, tanto a nivel personal como profesional a través de las Redes.
Lo que me preocupa profundamente es la exclusión social de las personas que no están integradas en ellas y lo que podemos perdernos al perder contacto.
Un abrazo, gacetillero.