Más sanos por la crisis

Por: Alberto Cagigas

Ni las vacunas, ni la gestión de las mutuas, ni la política de prevención de riesgos laborales, ni la profesionalidad de los médicos. La causa que más ha influido en la mejora de la salud de las plantillas de las empresas ha sido la crisis. Como lo oyen, mano de santo para curar patologías en el mercado laboral. Según me comentaba recientemente un empresario, desde que entramos en recesión los casos de gripe en su compañía han descendido hasta niveles bajísimos. Inocente de mí, le pregunté si había realizado una campaña de vacunación, por eso de la alarma exagerada del riesgo pandémico de la gripe A, y me contestó que no, que sus trabajadores estaban más sanos desde que vieron cómo aumentaban exponencialmente las cifras del paro y por los reajustes realizados en su empresa para adaptar su dimensión a la nueva coyuntura.

Siempre he oído quejarse a los gestores de las grandes compañías que uno de los principales problemas de la falta de competitividad de España son los altos índices de absentismo laboral de nuestro país, muy superiores a la media europea, justo hasta el pasado año, en el que por primera vez fueron inferiores. La crisis, también en este tema, ha puesto al descubierto las vergüenzas de algunos trabajadores poco motivados y que no han empezado a valorar su puesto de trabajo hasta que no han visto cómo el paro se disparaba en nuestro país hasta superar los 4,5 millones de desempleados. Los presuntos enfermos se han curado con la pócima de las listas del Inem y con ello hemos conseguido reducir el gasto nacional por incapacidad temporal, que llegó a sobrepasar los 3.200 millones de euros.

No estamos hablando de un asunto menor de pícaros y golfos, sino de una lacra social porque el coste del absentismo laboral en España ronda los 2.000 millones de euros y en Castilla y León se aproxima a los 600 millones de euros, según el último cálculo realizado por Cecale. Piensen la inversión que se podría hacer con esos 600 millones de euros, que son cerca de 100.000 millones de las antiguas pesetas, en áreas tan necesitadas en nuestra comunidad autónoma como infraestructuras, sanidad o educación. Por ejemplo, esa cifra es similar a la cuantía destinada por la Junta en todo 2010 para impulsar la economía regional a través de apoyos a las empresas.

Una de las pocas consecuencias positivas de la crisis es que ha conseguido inculcar una mayor motivación en las plantillas del tejido empresarial de un país como España donde en 2008, según datos del INE, 1,3 millones de ocupados no fueron a trabajar cada día. No soy médico y mis conocimientos sobre los fármacos se reducen a la aspirina, pero es curioso que en algunas empresas y, sobre todo en las administraciones públicas, un simple catarro dure 24 horas en un trabajador y más de una semana en otro; o que unos dolores de espalda se eliminen en un par días en un funcionario o en más de dos semanas en otros empleados públicos; por no hablar de otro tipo de dolencias donde los compañeros de los afectados son incapaces de decirte cuándo se reincorporará el susodicho sujeto, que ya les tiene bastante mosqueados porque están asumiendo algunas de sus tareas.

Estos trabajadores tunantes piensan que con sus triquiñuelas están engañando a la empresa, pero no, su estafa va mucho más allá, porque con su actitud inmoral están timando a toda la sociedad, incluso a su propia familia, al restar recursos tan necesarios para otras prestaciones sociales con el fin de garantizar un mínimo nivel de calidad de vida en nuestro país. Además, con su comportamiento dan un penoso ejemplo a sus vástagos, así que inconscientemente están criando otra camada de sinvergüenzas. Por eso, una de las escasas buenas noticias de este verano ha sido la medida incluida en la reforma laboral para facilitar el despido de los que faltan al trabajo sin justificación, es decir, poder echar a la calle a los absentistas profesionales que no tienen escrúpulos en mantener su ilícita conducta pese a la agónica situación de millones de trabajadores honestos y de los parados.

Artículo de opinión publicado en el número de octubre de la revista Castilla y León Económica

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