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Cómo aprovechar el talento oculto de la universidad

Por: Alberto Cagigas
La universidad, como tal, es un ente abstracto.
La universidad, como tal, es un ente abstracto, pero existen docentes que continúan con las ganas de enseñar con pasión a los estudiantes y de colaborar con las empresas para facilitarles un futuro laboral.

Cada vez que asisto a un foro sobre innovación o formación, siempre aparece como un mantra el famoso axioma de que el mundo universitario vive de espaldas a las empresas y viceversa. El último ejemplo fue en Canal Innova organizado por el Grupo Norte en Burgos, donde todos los ponentes coincidieron en señalar que hay que estrechar las relaciones entre las universidades públicas y los empresarios.

Vengo escuchando esos mensajes desde el principio de los tiempos, existe toda una literatura de ensayos con esa misma conclusión y los expertos están de acuerdo en que es uno de los principales escollos para aumentar la competitividad de nuestro tejido empresarial, pero el problema sigue ahí cada vez que nos despertamos, como el famoso dinosaurio de Monterroso. Pues bien, este humilde gacetillero les propone una alternativa, que a mí me ha funcionado de maravilla, pero antes analicemos la mentalidad que impera en las aulas para en-tender porqué cuesta tanto enlazar estos dos ámbitos tan complementarios.

Por diferentes motivos, en los últimos años he tenido un mayor acercamiento a la universidad pública y, salvo excepciones, me he encontrado con una institución feudalista, inmovilista, alejada de la meritocracia, endogámica -en algunos casos hasta consanguínea- y donde apenas se tienen en cuenta los intereses de los alumnos y menos aún de las empresas. Por no hablar de la omertá soterrada, ya que los profesores que critican en privado el sistema no se atreven a hacer públicos sus reproches y mucho menos verlos publicados en la Prensa por miedo a las venganzas del establishment.

En la actualidad, la máxima aspiración de los investigadores universitarios es publicar sus trabajos en las revistas científicas con factor de impacto –Journal Citation Reports (JCR)-, ya que de esa manera mejoran su expediente académico. Es decir, su principal objetivo es ver reflejado su trabajo en esas páginas, sin importarles si la investigación aporta algún avance a la sociedad o cubre una demanda del mercado. Así, según informes independientes, sólo 1 de cada 3 profesores realiza una labor investigadora que merezca mínimamente la pena.

Esa mentalidad les lleva a pensar que los estudiantes, y mucho más las empresas, les molestan en su carrera por medrar en la universidad, así que priorizan la investigación sobre la enseñanza. Sobre este tema, recientemente se publicó el excelente artículo Más allá del negocio de los sexenios universitarios en www.nuevatribuna.es, donde se denuncia que “para acceder a un puesto en el ámbito universitario, acreditarse para cualquier puesto docente, promocionar en la carrera académica, cobrar el complemento de investigación o simplemente no verse cargado con más horas de docencia, prácticamente todo profesor universitario tiene que conseguir que 2 multinacionales le admitan publicar cierto número de artículos en las revistas que ellas determinan y controlan”. Y más adelante añade: “frente a la docencia, la práctica investigadora es transformada en una inversión en el propio currículum mediante este tipo de publicaciones que sí reportan beneficios subjetivos (valoración) y materiales (compensaciones retributivas)”.

Nos encontramos con que a los profesores se les evalúa la docencia cada 5 años, pero no hay incentivo económico ni académico aparejado por obtener resultados positivos, mientras que la investigación se califica teniendo en cuenta las publicaciones en las citadas revistas de impacto, lo que supone para cada profesor cerca de 100 euros mensuales y la rebaja de horas docentes. Y según me informan, en las universidades de Castilla y León la carga docente media está reducida a 140 horas anuales, como si el 100% de los profesores tuviera una dedicación máxima a labores de I+D.

Por ese motivo, la enseñanza y la gestión son irrelevantes, sólo cuentan las publicaciones en esas revistas de referencia y cuando un profesor realiza actividades que no influyen directamente en su expediente pero benefician a los alumnos, sus compañeros les critican con desdén que están perdiendo el tiempo o les tratan de iluminados.

Otro problema de base es que la universidad se centra en la investigación, mientras que las empresas necesitan innovación. Unos apuestan por la ‘I’ mayúscula para mejorar su currículum y otros por la ‘i’ minúscula para sobrevivir en un mercado cada día más globalizado y competitivo.

Lo curioso de estas instituciones es que defienden su absoluta independencia cuando sus ingresos dependen casi exclusivamente de la administración autonómica, es decir, de los contribuyentes -ciudadanos y empresas-, que son los que pagan las nóminas mediante sus impuestos. Y estamos hablando de 4 universidades públicas que se llevan más de 543 millones de euros de las Cuentas Regionales de Castilla y León en 2016, en parte para pagar la nómina de una sobredimensionada plantilla superior a las 9.600 personas.

Populismo

Otro fenómeno que he podido observar es que la ideología de la izquierda más rancia está infiltrada en las universidades públicas, lo que ha servido de caldo de cultivo para dar vida a movimientos populistas que han sabido aprovechar la oportunidad histórica brindada por la crisis económica y la debilidad de los partidos tradicionales sacudidos por la corrupción y las luchas cainitas. Cómo para inculcar el espíritu emprendedor entre los alumnos, cuando se suele demonizar todo lo que tenga que ver con la iniciativa privada. Pero este tema merece otro editorial.

¿Y entonces qué hacemos?, ¿obviamos las universidades públicas cuando en ellas se concentra el talento de los más de 60.500 alumnos matriculados en nuestra región? Pues no. La alternativa para las empresas es que se olviden de las universidades públicas como instituciones y se dediquen a detectar a los profesores con vocación, que los hay.

La universidad, como tal, es un ente abstracto, pero en ella existen docentes quienes pese a desenvolverse en un entorno hostil continúan con las ganas de enseñar con pasión a los estudiantes y de colaborar con las empresas para facilitarles un futuro laboral. En los últimos años he conocido a unos cuantos, y la verdad es que me causan una gran admiración porque mantienen vivo su espíritu inconformista y su amor por la mejor profesión del mundo, la del maestro, pese a que no se reconoce su trabajo y son despreciados por la rancia casta universitaria. Tengan en cuenta que esos profesores se mueven en una atmósfera capaz de fulminar la ilusión de los más pusilánimes. Recuerdo una conversación este verano con un docente: “me metí en la universidad por un motivo: quería aprender más y volcar esos conocimientos en los alumnos. Ahora estoy por otras 2 razones: julio y agosto”.

Por eso, si un empresario quiere colaborar con los centros universitarios para desarrollar líneas de I+D+i o captar talento, olvídese de los canales oficiales, busque a esas personas amantes de su profesión entre los casi 6.700 profesores y catedráticos de las 4 universidades públicas y verá qué fácil resulta todo. A mí me ha funcionado.

3 comentarios

  1. Buen artículo. Basado en experiencias, según se cita. Estoy muy en la línea de las responsabilidades individuales de los profesionales-docentes, más allá de las instituciones, endogamias y jerarquías Con su permiso me lo anoto como referencia, si me lo permite. Un cordial saludo.

  2. Por no hablar de los que reiteradamente año tras años suspenden a porcentajes enormes de alumnos, sin que nadie les explique que la pedagogía es la ciencia de enseñar…..
    Si un porcentaje elevado de alumnos universitarios suspenden año tras año su asignatura, es que no saben desempeñar su trabajo “ENSEÑAR”… que es su obligación, y digo Enseñar, no regalar la nota..
    A veces los padres vivimos situaciones verdaderamente angustiosas.

  3. Si lo he entendido bien, esto viene a decir que la Universidad Pública funciona igual, tiene los mismos vicios, virtudes y defectos que cualquier otra institución Pública. Parece lógico ¿verdad? Con un agravante: en sus manos está no el presente sino el futuro de nuestra sociedad.

    Una petición muy humilde para algunos de esos maestros buenos: ¡¡¡revélense!!! (o seguirán siendo cómplices…). Y un ÁNIMO gigante (igual de humilde) para los que ya lo han hecho, pues han de repetirlo cada día.

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