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¿El mejor oficio del mundo?

Por: Alberto Cagigas
blog53
Muralla del siglo XVII que rodea el casco histórico de Cartagena de Indias (Colombia), con el Caribe al fondo.

A sus 21 años, un joven periodista de provincias escribió el siguiente artículo (querido lector, aunque tenga poco tiempo, no deje de leer el texto entrecomillado y si quiere se salta el resto del post).

“Y pensar que todo esto estará alguna vez habitado por la muerte. Que esta cálida madurez de tu piel, que sube por mi tacto hasta el abismo de mi desasosiego, tiene que desgajarse un día sobre tu propio silencio desolado. Que este orden de cosas naturales, que hacen de ti y de mí y del agua y los pájaros, claros volúmenes para la vendimia de los sentidos, estará una tarde hundido en la niebla de lejanas comarcas. Que ese temblor de voces interiores que sube por tu sangre, que se anida en tu vientre como un hijo, cuando te hablo de cosas simples, elementales, como estas cosas tremendas de que estoy hablando, tiene que estar un día trasladado a otro cuerpo, cuando los nuestros sepan del peso de las piedras y, sin embargo, siga siendo verdad el amor. Que este dolor de estar dentro de ti, y lejano de mi propia sustancia, ha de encontrar alguna vez su remedio definitivo.  

Pensar que alguna vez conoceremos los puertos del olvido, igual que antes, cuando aún no habían venido estos cuerpos a habitar nuestra tristeza. Que los hombres caminantes tendrán que sorprenderse alguna vez de que todos los pájaros enmudezcan de pronto, sin saber que eres tú, y que soy yo, que hemos vuelto a encontrarnos más allá de nuestros huesos. Que una tarde regresarán los bueyes del arado con las cuchillas iluminadas de una amorosa claridad, y todos creerán que hay estrellas sembradas, sin saber que eres tú y que soy yo, que estamos preparando las semillas. Que un domingo como éste sonarán las campanas con bronce estremecido y los niños preguntarán asombrados quién ha muerto en domingo; sin saber que eres tú y que soy yo, que aún seguimos muriendo en todas las preguntas.  

Pensar que alguna vez los árboles preguntarán a sus raíces cuándo van a pasar los vidrios de nuestros ojos para que sea más clara la luz de sus naranjas. Que el agua de los ríos nos llevará, polvo a polvo, hasta el júbilo de los que tuvieron sed y la mitigarán con nuestra arcilla. Y que cada una de las cosas que amamos seguirá siendo bella sin necesidad de que nosotros la amemos. Y, sobre todo, pensar que este amor nuestro tiene que morir antes de que estas cosas pasajeras estén habitadas por la muerte”.

Un oficio en horas bajas

34 años después ganó el Premio Nobel de Literatura por escribir algunos de los libros más bellos del siglo XX, como Cien años de soledad, y ser la figura clave del denominado Realismo mágico. Lógicamente, me estoy referiendo al colombiano Gabriel García Márquez, para quien el periodismo es el mejor oficio del mundo. La aseveración de Gabo no es de cara a la galería, para quedar bien ante el resto de plumillas de todo el mundo, sino que lo demuestra con los hechos pues en 1994 constituyó la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), con sede en la caribeña Cartagena de Indias (Colombia), donde en una reciente visita pude comprobar que se transmite una contagiosa ilusión por esta vieja profesión, que pasa por horas bajas en una España en declive en la que la crisis se ha cebado especialmente en sectores como el de los medios de comunicación.

Esta profunda reconversión del negocio mediático, que ya analicé en otro anterior artículo, ha fulminado la carrera de miles de periodistas de nuestro país, tanto veteranos como jóvenes promesas, ante la imposibilidad de las empresas de generar ingresos para pagar sus nóminas. Y, lo que es peor, ha convertido las redacciones en santuarios inaccesibles para las nuevas generaciones de periodistas, cargadas de sueños pero carentes de una experiencia imprescindible para ejercer su trabajo.

Descapitalización del capital humano

Evidentemente, se está dando una progresiva y alarmante descapitalización del capital humano en la mayor parte de los medios de comunicación, a la vez que se invierte en tecnología para seguir la estela de los nuevos desarrollos en Internet. Pero no nos engañemos, esas maquinitas nunca podrán sustituir el talento. El propio García Márquez reflexiona con pleno acierto sobre esta transformación en un texto recogido en el libro Gabo Periodista. Antología de textos periodísticos, editado por la FNPI: “las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante”. O como me dijo hace poco un veterano periodista, “antes las noticias se horneaban lentamente, ahora se publican a golpe de microondas”.

Fui testigo de esa época, cuando en la redacción de un periódico uno podía dedicar mucho tiempo a pulir un titular hasta dar con el más acertado, que casi siempre era el último, surgido de alambicar una breve frase que es la carta de presentación de toda la noticia. Ahora, con la presión de la inmediatez de Internet y las redes sociales, se plasma la primera idea y punto.

Una segunda oportunidad

Esta profesión, al menos en España, no recuperará su esplendor hasta que la industria de los medios de comunicación no supere la brutal crisis económica, porque en la actual coyuntura el sector está más centrado en cuadrar balances que en mejorar el producto, imperan los financieros sobre los gacetilleros. A la vez, esta querida y sufrida profesión tendrá que estar muy atenta a la nueva demanda de los nativos digitales, porque ellos son nuestro potencial público, pues los lectores del papel se irán extinguiendo como la saga de los Buendía. Sólo así la estirpe de los periodistas tendrá una segunda oportunidad sobre la tierra.

Pero lo más importante de esta reflexión es que, al fin y al cabo, me ha servido de excusa para reflejar el brillantísimo -y muy desconocido- artículo de un joven periodista colombiano que a lo largo de décadas dignificó este maltratado oficio.

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